Esplá: «Lo que yo le pido al toreo es Morante»
Ante una sala llena, el torero alicantino, Rubén Amón, Fernández Román y Araceli Guillaume recorren la Fiesta desde hace un siglo hasta nuestros días
Román, «fuertemente» cogido en Vic-Fezensac: «Tiene una cornada con boquete de entrada y salida en el muslo»
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Los lunes no hay corridas en Las Ventas, son «el día de descanso» para los aficionados, aunque la llama de la tauromaquia nunca descansa, y menos en Madrid. El espacio Arquia Banca acoge unos encuentros culturales, con el fin de analizar las corrientes de ... los años 20. Como no podía ser de otra manera, este lunes ha tenido lugar la que giraba en torno a la tauromaquia, porque, si los toros no son cultura, «peor para la cultura», como dijo Rubén Amón, moderador del encuentro. En el acto se habló también de la inspiración que supone la tauromaquia para otras artes, así como dijera Juncal aquello de que: «Todo gira en el mundo alrededor de los toros».
El 16 de mayo de 1920, El Guerra le dijo a Rafael el Gallo que se habían acabado los toros. Paradójicamente, 104 años después, se ha celebrado el Día Mundial de la Tauromaquia, haciéndolo coincidir con esa muerte de Joselito. No se acabaron, no, que siguen más vivos que nunca, pese a «las persecuciones políticas en estos momentos convulsos», como recordó Amón. En Talavera «había muerto la enciclopedia taurina», explicaba Fernando Fernández Román; pero los pilares que había traído el pequeño de los Gallo, sumados a un huérfano Belmonte y una nueva generación de toreros, trajeron «una de las etapas más cimeras de la historia de la tauromaquia, y esto supuso el nacimiento del estilismo clásico, como definiera Néstor Luján. De ahí nacieron Chicuelo y Granero principalmente». Estos cambios en el concepto mismo de la tauromaquia, que sutilmente fueron aportando lirismo a la lidia, y restando tremendismo y drama a esa noble lucha del hombre frente al toro, fueron motivando la inspiración de múltiples artistas.
A partir de ahí, el Pasmo de Triana se rodea de éstos, así como de intelectuales, consiguiendo estar a la altura de ellos, como explica Luis Francisco Esplá: «Eso demostró que el torero no era ya un paleto, sino un personaje capaz de interpretar en la plaza y conmover fuera de ella. Además, a Belmonte le debemos descubrir un hombre como Chaves Nogales. Después, hay otra simbiosis excepcional entre el toreo y la literatura, presente en la unión de Sánchez Mejías y la Generación del 27». Todo este interés social suscitado nos lleva a que la Fiesta sea el segundo espectáculo de masas en España hoy en día.
Araceli Guillaume, escritora, abundó sobre esta evolución de fondo en la tauromaquia, a partir de José, apuntando que fue él quien ya había buscado un nuevo toro, menos fiero y más bravo, facilitador de ese nuevo toreo, menos épico. «Ya el Guerra vaticinó la necesidad de buscar esa nueva estética, que sólo puede conseguirse con ese nuevo tipo de toro», explicó Esplá. «En esos años veinte ya no era el toreo sobre las piernas, sino un toreo quedo. Eso ha ayudado a que hoy se toree mejor que nunca, gracias a la evolución del animal, y a esa búsqueda constante de la estética». Fernández Román remarcó: «Los toreros de sensibilidad y los gitanos consiguieron bajar las manos, sentando otra base».
Esta evolución llevó a los contertulios a un nombre: Morante de la Puebla -del que deben ser partidarios todas las personas con buen criterio, según Amón-. «Morante ha conseguido hacer de la involución, la revolución», continuó diciendo Fernández Román. Esplá se reconocía rendido ante el sevillano: «Los artistas vivimos empapándonos de todo, pero luego hay que metabolizarlo, porque si no, es una impostura. Yo estoy entregado al toreo de Morante porque no hay la más mínima impostura». Admirador de la naturalidad, el torero alicantino alabó la importancia que tiene la 'difícil facilidad' en el toreo: «Morante es un torero con una técnica impresionante, que no hace ostentación de ella. Para mí, el toreo es moverse y demostrar que aquello es lo más fácil, y eso es Morante. Es una ilusión de torero. Veo en él la fusión de muchos conceptos a la vez armonizados».
«Lo que yo le pido al toreo es Morante», terminó diciendo Esplá, que además rebatió el concepto de Domingo Ortega de obligar al toro a pasar por donde no quiere, explicando que hay que ver lo que quiere el animal y «dejarse sugerir por él, para sacarle lo mejor. Es como una partida de ajedrez. Y hay que ganarla. Para ello, tengamos en cuenta que el torero es el único artista que cuenta con un material sobre el que crear su obra, con voluntad propia, y en ese choque de voluntades, hasta la muerte, es en el que hay que vencer, convenciendo». En otro orden de cosas, Amón mencionó la absurda polémica que, desde la izquierda -demostrando, como tantas veces, su incultura-, se crea acerca de los nombres de los toros, recordando aquellos Nigeriano y Feminista de Gijón, o el toro Comunista de Luis Algarra, lidiado este mismo año: «También se llamó así el toro de la alternativa de Manolete, pero se le cambió el nombre -el Monstruo se doctoró recién terminada la Guerra Civil-. Los antitaurinos no saben que el nombre del toro es un honor, no una humillación».
Confiemos que esta constante evolución del toreo, que se iniciara hace un siglo, vaya, de mano en mano, de artista en artista, de genio en genio, manteniendo, con el mismo fondo, aunque distinta envoltura, a la tauromaquia en lo más alto.
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