Salzburgo convierte las lanzas en cañas
El festival acoge 174 espectáculos en 45 días y en 17 escenarios repartidos por toda la ciudad

Al Festival de Salzburgo en su edición 2022 le inspira el aniversario de la 'Comedia' de Dante y le dan sentido varios acontecimientos recientes. El rastro de la pandemia sigue presente y mientras la ciudad pierde su identidad y convirtiéndose en una referencia más del ... mundo global (es muy evidente la desaparición de comercio tradicional en favor de los restaurantes internacionales o de alguna marca de moda), la actividad cultural, en otro tiempo boyante, se acuna bajo el disfraz del bullicio turístico y callejero. El Festival de Salzburgo, emblema de la ciudad y, no hace mucho, elemento icónico en banderolas y escaparates, queda en segundo plano a pesar de exhibir con orgullo su primacía con 174 espectáculos a realizar en 45 días, en 17 escenarios distintos, lo que en una aproximación hecha antes de la inauguración el 18 de julio suponía unas 225.000 entradas vendidas a falta de un porcentaje de varias decenas sin adjudicar. Quiere decir que la venta de última hora ha crecido considerablemente y con ello la posibilidad de conseguir una entrada en el último momento para una inmensa parte de los espectáculos.
Ficha técnica
Die Zauberflöte (Wolfgang Amadeus Mozart / Emanuel Schikaneder)
Director musical: Joana Mallwitz
Aida (Giuseppe Verdi. Antonio Ghislanzoni)
Director musical: Alain Altinoglu
La sensación vacilante de Salzburgo es algo que afronta Kristina Hammer, nueva presidenta del festival, tras una larga experiencia profesional como responsable de márquetin de compañías internacionales automovilísticas, responsable de varios departamentos de comunicación y gestora de los amigos de la ópera de Zurich. Entre sus compromisos más inmediatos está la ejecución del proyecto de reurbanización y reforma de los teatros del festival con una ampliación de 10.000 metros cuadrados, con cambio del equipamiento técnico y actualización de infraestructuras, muchas de ellas vigentes desde los años sesenta. Un siglo de historia con sucesivas reformas y escenarios añadidos configuran el actual conjunto del Festspiele excavado en el Mönchsberg y del que forman parte el Felsenreitschule, la Haus für Mozart y la formidable y referencial Grosses Festspielehaus diseñada por Clemens Holzmeister in 1956. A la dificultad técnica del proyecto se une la meticulosidad de la intervención en un espacio designado por la Unesco como World Heritage Site.
En lo que a la programación se refiere, a las ideas fundamentales hay que añadir otras que el director artístico Markus Hinterhäuser propone en su empeño por dar sentido a la totalidad. Entre todas (se irán viendo) está la recuperación de dos espectáculos prepandémicos y en su momento fuertemente contestados por el público. La confianza de Hinterhäuser en el trabajo de las directoras de escena Lydia Steier para 'La flauta mágica' y Shirin Neshat para 'Aida' ha facilitado que ambas producciones se presenten este año reformadas y, según sus autoras, bajo principios de mayor compromiso. En el caso de la ópera de Verdi está implícito, pues Shirin Neshat vino a Salzburgo en 2017 amparada por el prestigio de su trabajo como representante del arte iraní contemporáneo, elaborado desde el exilio americano, con una muy importante producción audiovisual y fotográfica, y una decidida defensa de valores occidentales.
En su día se describió el trabajo de Neshat explicando que entre sus virtudes está la definición de la obra más allá del colorido exótico, paradójicamente una de las singularidades que, desde el día del estreno, convirtió a 'Aida' en una ópera de multitudes. Cinco años después, apenas sorprende el sentido estilizado, la limpieza escenográfica y el refinamiento de los elementos que dan forma al gigantesco cubo blanco, con textura cementosa y deconstrucción en muy distintos espacios. Al menos, eso se deduce de la conformista respuesta del público, relativamente apasionada, quizá porque sigue siendo evidente que Neshat es capaz de un preciosismo impecable en las impactantes fotografías que se proyectan sobre el telón entre los distintos cuadros de la ópera o en los videos que se superponen en la escena, lo hierático se adorna con movimientos escénicos demasiado elementales.

La producción de 2017 supuso la presentación de Anna Netrebko en el papel protagonista y la dirección musical de Riccardo Muti, lo que generó una expectación extraordinaria. La recuperación de 'Aida' sirve ahora para el debut de Piort Beczala en el papel de Radamés que había sido planeado hace dos años y medio en Nueva York, pero que la pandemia obligó a posponerlo. Tras Salzburgo, Beczala lo llevará a la capital americana y al Teatro Real de Madrid en otoño confirmando su decidida transición hacia papeles de mayor calado dramático. Estos días, Beczala ha hablado sobre el tema añadiendo que se siente a gusto en compañía de Neshat. Nacido en Polonia, nacionalizado suizo y con domicilio en Austria ha clamado por activa y pasiva contra Putin y la invasión de Ucrania, considerando un mal menor la exclusión que puedan sufrir los artistas (fundamentalmente de origen ruso) que se han aliado con la guerra.
Su compromiso personal es indiscutible hasta el puntp de que él mismo encarna, con sus virtudes y defectos, todo lo que esta 'Aida' propone: la claridad en la expresión, la potencial grandeza del personaje y su torpe caracterización. Beczala ha fortalecido su carrera sobre unas condiciones vocales excepcionales que todavía requieren madurar hacia regiones más anchas. A su habitual impericia gestual se suma la poca consistencia del registro grave, lo que salva con una emisión vigorosa y agudos brillantes emitidos en falsete en varios lugares comprometidos. Si en el aria de entrada ('Celeste Aida') se columpia con el «tempo» y el si bemol, más cercano al lucimiento personal que a la voluntad de insertar el fragmento en el contexto narrativo, en el dúo final con Aida ofrece una lección de humildad al lado de la soprano rusa Elena Stikhina quien junto con la mezzo Eve-Maud Hubeaux (asumiendo el papel de Amneris en sustitución de Anita Rachvelishvili) da forma a un terceto protagonista no siempre bien encajado vocalmente y confuso en la dicción.

Stikhina marca a una Aida frágil, a veces blanda y esencialmente enamoradiza. La intención dramática de Neshat es evidente y la cantante cumple con devoción amparada en su propia vocalidad, sentido reflexivo e introspección. La falta de graves sólidos (característica general del reparto) deja al personaje en una estadio de flotante laxitud. Todo ello se amplifica en el caso de Eve-Maud Hubeaux pues siendo Amneris «hija del diablo», el sentido atávico cuadra mal con una voz de evidente carga lírica, más próxima a la ligereza que a la profundidad dramática. 'Aida' comparte así un espacio común en el que todo está pero nada emociona, particularmente porque desde el foso, una banal y pastosa Filarmónica de Viena se guía por la batuta demasiado gruesa de Alain Altinoglu, director titular de la hr-Sinfonieorchester en Francfort y debutante en Salzburgo.
Hinterhäuser ha confiado en Shirin Neshat como lo ha vuelto a hacer con Lydia Steier quien puso en escena 'La flauta mágica' en la Grosses Festspielehaus en 2018 y ahora traslada la producción a la Haus für Mozart, un escenario mucho más recogido y agobiante para su escena giratoria. El desarrollo abusivo, propio de una mente ágil, juvenil y aguerrida, que se observó hace cuatro años se convierte ahora en un conglomerado de ideas que camina por la cuerda floja del desasosiego. La mayor estrechez del escenario ha eliminado elementos fantásticos adquiriendo mayor protagonismo lo que Steier califica como «compromiso» al hilo de la actualidad. Las imágenes de guerra que acompañan las pruebas de Tamino invierten el propósito de una obra que camina hacia a la luz, sin que en el ínterin se consiga una mínima sonrisa con el siempre refrescante Papageno, aquí convertido en un pusilánime personaje por acción de Steier; incluso por omisión de la directora de orquesta alemana Joana Mallwitz, actual titular de la Konzerthausorchester Berlin.
La consideración de ambas debe ser distinta pues si la segunda oportunidad de Steier se ha demostrado una ocasión perdida en su afán por resumir los efectos y engrosar ideológicamente el proyecto, en el caso de Mallwitz hay un talento evidente que se agarrota en un exceso de gesto y un rigor técnico que no siempre encuentra una respuesta inmediata en la orquesta. La sobriedad del resultado, la sequedad incluso que se impone en los momentos más felices de la partitura, colocan 'La flauta mágica' en una posición poco brillante. Todo ello se corresponde con un reparto en el que a duras penas tiene algo que decir la cariñosa Regula Mühlemann como Pamina, la más dulce Maria Nazarova en el papel de Papagena, un escalón por debajo Mauro Peter como Tamino y Michael Nogl representando gruesamente a Papageno y, ya en la decepción, Brenda Rae encarnado a la Reina de la Noche. Por alguna razón ignota, el público que entonces rechazó aquella 'Aida' y, más explícitamente, esta Flauta, aplaude ahora el resultado con cierta satisfacción. Hay pormenores sociales de la pospandemia que todavía están por explicar aunque es seguro que a este primer Salzburgo de recuelo le sobra concepto y le falta realización.
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