Colosal Springsteen: el último gran héroe del rock arrasa en Barcelona
El músico de Nueva Jersey abre su gira europea con una apabullante exhibición ante 60.000 personas
Nacidos para correr... detrás de Bruce Springsteen
Huracán Bruce. Vendaval Springsteen. Otra vez. Como siempre, como nunca. Setenta y tres años (y subiendo) y ahí sigue el de Nueva Jersey, hecho un nervio. Puro fuego para prender el arranque de su primera gira europea desde 2016 y poner del revés el Estadi Olímpic de Barcelona. 60.000 personas rugiendo, la noche cayendo en el momento justo y el redoble marcial de Max Weinberg haciendo saltar por los aires 'No Surrender'. El delirio. Si se pudiera encapsular la energía que desprendía aquello, no haría falta preocuparse nunca más por la factura de la luz. «No retreat, baby, no surrender». A eso vamos.
Por delante, tres horas de rock palpitante, estribillos desgarrados y sonido aplastante. La épica desbordante de 'Ghosts'. La electricidad cortante y acerada de 'Prove It All Night'. El recuerdo a los caídos de una 'Letter To You' subtitulada en catalán y el ímpetu festivo de 'She's The One'. Ante la fatalidad, himnos inflamados. Ante la incómoda evidencia de que el final está cada vez más cerca, 'carpe diem' y rock and roll.
A la altura de 'The Promised Land', con Jake Clemons colosal al saxo y Springsteen arrimándose a las primeras filas y regalándole la harmónica a una niña ojiplática de las primeras filas, ya quedó claro que lo había vuelto a hacer. Otra vez. Y entonces cayó 'Out In The Street'. Y luego 'Candy's Room'. Y luego el jolgorio de vientos de una 'Kitty's Back' oceánica e imperial. La E Street Band, en poderosísima versión extendida. Casi una veintena de músicos sumando metales y coros. Sí, la E Street Big Band. Una juerga, vamos.
Siete años después de hacer cima en el Camp Nou con la gira conmemorativa de 'The River' y a once años de su último mano a mano con la montaña de Montjuïc, el de Nueva Jersey volvió, vio y venció. Arrasó. Así de fácil. Sólo que de fácil no tiene nada. Salió un par de minutos antes de las nueve de la noche, pisó el acelerador a fondo y no se tomó un primer respiro hasta que, casi 50 minutos después, atacó 'Nightshift', terciopelo soul a mayor gloria de Marvin Gaye y Jackie Wilson.
«¡Hola Barcelona, hola Cataluña!», y a por faena.
Adiós al síndrome 'Bienvenido Mr. Marshall', a si andaban por ahí Obama y Spielberg, y a si había cenado lenguado y profiteroles. Sólo Springsteen, una banda sensacional y un repertorio con vistas a las últimas cinco décadas. Un repertorio que, por cierto, no varió demasiado respecto al guion de la gira americana: incorporó una 'Human Touch' muy celebrada por el público barcelonés y viajó hasta las 'Seeger Sessions' para alentar una rebelión en la granja con 'Pay Me My Money Down'.
En plena forma
No mentían quienes habían viajado en las últimas semanas a Estados Unidos y decían que estaba en plena forma. Setenta y tres años. Conviene repetirlo de vez en cuando, no nos vayamos a olvidar. En 'No Nukes', el explosivo directo de 1979, hay un momento en el que Springsteen, que justo después de aquellos conciertos dejaría de ser para siempre un veinteañero, se desploma teatralmente en el escenario haciéndose el muerto. «No puedo soportarlo más. No puedo seguir así», dice. «¡Tengo 30 años!», brama. Y, bien, quizá ya no siga así, pero 43 años después de aquello, sus conciertos aún tienen algo de prodigiosa exhibición atlética. De fuerza de la naturaleza desbordando por todos lados.
«¡Us estimem!», gritó antes de 'Mary's Place', aperitivo soul que, ahí quizá no estuvo muy fino, palidece al lado de esa bacanal de ritmo desbocado y vientos inflamados que es 'The E Street Shuffle', uno de los picos de intensidad de una gira en la que Springsteen no se conforma con viajar a los setenta. ¿Por qué hacerlo pudiendo ir aún más lejos, a su propia prehistoria, para recordar a su antiguo socio y «vell amic» en The Castiles, George Theiss, con una sentida 'Last Man Standing'. «Soy el único que queda vivo de aquella formación», dijo. Y un escalofrío eléctrico recorrió el Estadi Olìmpic.
Vale que el tramo central quedó un tanto deslavazado -no están hechos los grandes estadios para las sutilezas acústicas-, pero la épica romántica de 'Backstreets' devolvió la noche a su cauce: el ardor de 'Because The Night', el frenesí de 'She's The One', el desmelene de 'Wrecking Ball' y 'The Rising'… Brazos al cielo, toda la pista brincando y un niño subido a los hombros de su padre grabando la escena con el móvil. Como para olvidarse.
Michelle Obama y Kate Capshaw
Con 'Badlands' y 'Thunder Road', tótems de la mitología springsteeniana, la gente se volvió loca. Literalmente. Y, a partir de ahí, la barra libre de los bises. El fin de fiesta soñado, con la E Street Band desfilando por el escenario y los himnos fluyendo uno detrás de otro: el mazazo de 'Born In The U.S.A', el arrollador muro de sonido de 'Born To Run', el jaleo eléctrico de 'Glory Days (aquí, ellas sí, con Michelle Obama y Kate Capshaw a los coros) y 'Bobby Jean', el despiporre de 'Dancing In The Dark'...
Bruce Springsteen feat. Michelle Obamapic.twitter.com/XF7fsozapY
— CONSEQUENCE (@consequence) April 28, 2023
Focos encendidos, caras de felicidad y un puñado de veteranos pasándoselo en grande. Lo dicho: volvió, vio y venció. Mañana repite. Y, quién sabe, quizá no haya muchas más oportunidades. La pletórica 'Tenth Avenue Freeze-Out', con Springsteen descamisado y a pecho descubierto, sirvió para recordar al añorado Clarence Clemons y, ahora sí, encarar el adiós con 'I'll See You In My Dreams'. Sólo Bruce con la guitarra y la harmónica. Emociones minúsculas para despedir un concierto grandioso. Otro más.
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