LEJOS DE ÍTACA
Rata de dos patas
«Paquita, seria, recibía los billetes manuscritos de las peticiones y asentía grave, consciente del peso ancestral de silencios que vengaba con sus letras»
Muere la cantante mexicana Paquita la del Barrio, autora del legendario 'Rata de dos patas'

Aquella chica que un día fui acababa de ser contratada en una compañía aérea con vuelos regulares a América. Necesitaba financiarse la carrera, viajaba cargada de apuntes manuscritos que estudiaba en las escalas y conservaba intacta una especie de ingenuidad dulce sólo visible para quien ... sabía mirar. Ese 96 cumplí 20 años, mi 'crew' prometió fiesta y así fue: empezamos en Plaza Garibaldi con Herradura Reposado, sangrita, limón y sal y después de unos cuantos caballitos bajo la mirada de los viejos mariachis, cruzamos envalentonados la orilla oscura adentrándonos en Tepito, un barrio al norte de Reforma, en Colonia Morelos, del que todavía no me explico cómo salimos vivos. En realidad, estábamos haciendo tiempo para el objetivo final: Casa Paquita. Ubicada en la calle Zarco 202, en la cercana Colonia Guerrero, donde no solo se cocinaban platillos tradicionales, sino que se ofrecía el espectáculo en vivo de una desconocida (para nosotros) Francisca Viveros Barradas.
El lugar estaba abarrotado y olía a sudor, cigarrillos y alcohol; pedimos nuestros tequilas y esperamos. Aquella mujer salió de entre las sombras enfundada en un vestido blanco largo y escotado, adornado en el pecho con pedrerías de cristal que centelleaban bajo los focos como cananas de luz. Caminaba despacio, como una soldadera de sí misma, y cantaba bajo, cansado y ronco, que es el tono que las mujeres usamos para decir «ya no te amo» por última vez. Pegaba mucho sus labios rojos al micrófono enorme, cuya espuma amarillenta aparecía cubierta de rojo carmín en la parte superior.
Las mujeres de la sala, solas o acompañadas, asentían y lloraban mientras cantaban a voz en grito «Rata de dos Patas», «Tres veces te engañé», «Si le das a una y no le das a otra, cuando estás conmigo no sirves pa'nada, pedazo de idiota». Paquita, seria, recibía los billetes manuscritos de las peticiones y asentía grave, consciente del peso ancestral de silencios que vengaba con sus letras, pero al final de la noche alguien le pidió un bolero y entonces un chico desconocido (alto, flaco, ojos verdes, sonrisa como un trazo blanco sobre la tez morena, camisa de cuadros doblada sobre unos antebrazos fuertes) se acercó y sacó al escenario a aquella joven azafata. «Reloj no marques las horas», entonaba Paquita la del Barrio, mientras ellos bailaban abrazados. Ahora es ella la que se ha ido para siempre, pero nunca se irá de aquella noche.
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