Colm Tóibín: «Como novelistas, debemos ser cuidadosos para no caer en clichés»
El escritor irlandés, que ha superado un cáncer y se siente decepcionado con la reelección de Trump, conversó con ABC en el estreno del Hay Festival de Cartagena
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Vestido con bermudas y de tez morena, el irlandés Colm Tóibín aparece animado para la conversación con ABC en el primer día del Hay Festival de Cartagena. Acaba de dar un paseo en barco por la costa en una embarcación turística («la música podría ... no haber estado tan alta»). En los últimos tiempos, el escritor ha superado un cáncer, ha escrito mucho durante la pandemia, pero se confiesa profundamente decepcionado con la reelección de Donald Trump. Aun así, el regreso del republicano le ha servido de inspiración para escribir sobre estos nuevos tiempos en un libro que verá la luz próximamente.
–Su más reciente novela, 'Long Island', es la continuación de 'Brooklyn'. ¿Por qué decidió escribir una secuela? Leí en una entrevista que dijo una vez que no le gustaban, que nunca podría imaginarse a sí mismo escribiendo una para, por ejemplo, 'Orgullo y Prejuicio'.
–Es que las mejores novelas, prácticamente todas, nos encantan porque tienen un arco narrativo. En una historia de 300 páginas, alrededor de la página 250 empiezas a sentir que se está acercando el final, es como conducir hacia el mar y notar cómo cambia el aire. En el siglo XIX, las novelas terminaban y te quedabas sin saber más de los personajes porque ellos desaparecían. Más recientemente, creo que solo podríamos decir eso de 'El Padrino'. En la ficción reciente en Inglaterra, creo que solo hay dos casos de éxito: los libros de Hilary Mantel sobre el siglo XVI y los de Pat Barker sobre la Primera Guerra Mundial. Pero son libros que tratan de períodos históricos concretos. Hoy en día, la idea de revisitar un personaje y su entorno es un recurso barato. Nadie debería hacerlo. Nadie.
–¿Ni siquiera J.K. Rowling?
–Es distinto, porque a los niños les gustan las repeticiones y siempre van a querer otro libro de Harry Potter. Pero yo hablo de esa idea adulta de involucrarse con la imaginación de un escritor. Un escritor da forma a una novela, y esa forma incluye su final. En 'Brooklyn', en su momento, me pareció que no había más que contar. Ella regresa a Brooklyn y podemos imaginar su vida. No hay nada que escribí sobre sus siguientes 20 años porque no podría escribir sobre felicidad doméstica seguida de más felicidad doméstica. No hay drama en eso. Presumiblemente, el lector creyó que se casó, tuvo hijos y su vida transcurrió sin grandes sobresaltos. Por eso, durante muchos años no pensé en una secuela. Y curiosamente, ningún editor me sugirió escribirla porque saben que, si lo hicieran, mi respuesta sería: «¡Nunca!».
–¿Y qué pasó?
– Un día se me ocurrió el inicio de la secuela. Y el inicio era muy distinto a una secuela típica. Empieza con un gran giro. Es una historia diferente, por eso la escribí. Surgió de manera natural, no como una continuación inmediata del día después de que me despertara al finalizar la anterior. Entonces imaginé el personaje en sus 40, con más de 20 años de matrimonio. Y en cualquier matrimonio llega un punto en el que te replanteas cosas.
–¿Por ejemplo?
–Ella ha cambiado de formas interesantes. Por ejemplo, no se considera feminista, pero lo es. Es 1976 en América. Por supuesto, todas esas ideas están presentes. Ella trabaja, educa a su hija y tiene voz. En la novela, cada vez que habla, le doy elocuencia. Su poder está en el espacio doméstico: su salón, su cocina, su dormitorio. Escribir esta historia me llevó tiempo. La primera parte la escribí durante la pandemia, y en ese período escribí muchas cosas, como poesía.
–Has dicho en alguna entrevista que la misión de un novelista es evitar caer en estereotipos. ¿Cómo cree que representa la identidad irlandesa en sus novelas?
–En muchas películas y obras de teatro irlandesas, el personaje típico es borracho, violento, estúpido o encantador. Como novelistas, debemos ser cuidadosos para no caer en clichés. En Irlanda, por ejemplo, siempre está la figura del irlandés borracho y pendenciero. No lo hago. Hay países en los que los clichés son más comunes, como México. Colombia es distinta. Hay que tener mucho cuidado con los clichés.
–¿Diría lo mismo sobre España? ¿Por ejemplo?
–Sí, pero en términos de regiones. En Andalucía, el cliché es el flamenco y la fiesta. Pero no se piensa igual de Madrid o Asturias.
–En 2018 tuvo cáncer. ¿Cómo influyó en su relación con la literatura?
–También aquí hay que tener cuidado con los clichés. La gente habla de 'luchar' contra el cáncer, pero no es así. No hay batalla. Solo te tumbas en un sofá sintiéndote fatal. Así fueron los seis meses de mi tratamiento. No pude leer, ni comer, ni beber. El agua sabe a ácido sulfúrico. Tampoco puedes escuchar música, suena como un ruido confuso. Fue duro. Afortunadamente, el cáncer testicular es curable. Un amigo entendió que me había curado cuando llegó a mi casa y sonaba música.
–Al cáncer se sumó la pandemia. ¿Cómo fue ese tiempo para usted?
–Durante el cáncer, no hice nada más allá de la quimioterapia. No me sentía bien para nada más. Ya en la pandemia, escribí mucho, incluyendo poesía. Y trabajé en mis textos sobre Thomas Mann y Henry James. Ambos eran figuras ambiguas. No solo en su sexualidad, sino en muchos aspectos.
–¿Y Mann?
–Con Thomas Mann ocurría lo mismo. Era homosexual, pero tuvo seis hijos. Políticamente, más tarde, se convirtió en un gran defensor de la democracia, pero en 1914 no lo era tanto. En ambos casos, observamos evolución, ambigüedad e incertidumbre. Me interesan los personajes que cambian a lo largo del tiempo.
–En una entrevista dijo que podría escribir un gran artículo sobre «lo idiota que es Trump», pero que nadie lo leería. ¿Cuál es el papel del novelista frente a personajes como este?
–Es que no tienen profundidad, complejidades, no interesan como seres humanos. Hay novelistas que sí creen que deben escribir «la gran novela sobre Trump», pero yo no lo veo así. Madame Bovary sigue siendo relevante, pero no recordamos quién gobernaba Francia cuando se escribió. Es una crítica al periodo napoleónico, pero no hace falta decirlo. Estoy escribiendo una novela sobre los tiempos actuales, pero no hará falta mencionar a Trump. EE.UU. presume mucho de su democracia, pero su Constitución, que tanto veneran, se ha demostrado ineficaz. Por ejemplo, Bolsonaro no pudo asistir a la investidura de Trump porque los tribunales brasileños actuaron. No sé si eso sería posible en EE.UU.
–¿Ha leído lo que dijo Trump sobre el accidente en Washington? Dijo que fue culpa de la diversidad. Que EE.UU. necesita gente más inteligente. ¿Qué piensa de eso?
–Un absurdo. En lugar de mostrar simpatía por los padres en duelo de las víctimas, fue indignante.
–En las últimas semanas, ha causado mucho revuelo aquí la devolución de inmigrantes latino-americanosde Brasil y Colombia, esposados de pies y manos como si fueran criminales.
–Lo hace por el espectáculo. Todo es por la imagen. Se trata de cómo se verá en la televisión. Es indignante. Bueno, espero que la próxima vez que nos veamos tengamos una mejor idea de dónde está la democracia.
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