Los embrujos de Shanghái
PASAJES DEL XXI
El autor, que visita la ciudad para participar en su festival literario, descubre la dualidad cultural de una ciudad fascinante
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«Los sueños aguardan secretamente el despertar»
Walter Benjamin, 'Libro de los pasajes'
Resulta difícil, cuando uno se encuentra ante el Bund, el icónico paseo junto al río Huangpu de Shanghái, sustraerse a la fascinación que antes de venir aquí se ha alimentado de esas ... viejas fotografías en blanco y negro de los años 30 del siglo XX, o de las películas que nos retrotraen a la ciudad internacional que oficiaba en esos días como exponente de modernidad: desde la segunda entrega de las aventuras del estadounidense Indiana Jones hasta la reciente producción china 'Los 800'. No importan los kilómetros que llevas a las espaldas, bajo los más de treinta grados y la humedad sofocante del mes de agosto, desde el hotel situado en las inmediaciones de Julu Road, en el corazón de la antigua concesión francesa. El perfil de los señoriales edificios, antaño sedes bancarias, y que hoy lucen en lo alto la bandera de la República Popular, despierta ese embrujo que la sola palabra Shanghái evoca, y más desde que Juan Marsé lo asociara en el título de una de sus grandes novelas al nombre de la urbe.
OTROS 'PASAJES DEL XXi'
Han cambiado mucho las cosas, y no sólo por las enseñas rojas que flamean sobre esos antiguos templos del capitalismo occidental. A las estatuas que adornan sus fachadas les talaron durante la Revolución Cultural las narices a martillazos: eran demasiado aguileñas, demasiado no chinas. Y al otro lado del río, en lugar de las casas que hacían alto al almacén Sihang, el edificio de seis plantas que en 1937 defendieron a la numantina contra las tropas japonesas los ochocientos soldados chinos de la película, se divisa el skyline de Pudong, el emblema de la más rabiosa y ultracapitalista modernidad. Destacan en él la Torre de Shanghái –más de seiscientos metros de altura–, y la aguja con una esfera ensartada del edificio Perla de Oriente. Si hace un siglo los occidentales vinieron a Shanghái a implantar su modo de hacer las cosas, tras el gran fracaso chino del siglo XIX, en este siglo XXI es China la que adelanta a Occidente, hasta el punto de que cuando Hollywood quiere representar el futuro se desplaza a Pudong, donde se rodaron los exteriores de 'Her', el filme donde Joaquin Phoenix cae rendido ante una inteligencia artificial con la voz aterciopelada de Scarlett Johansson.
Duelo cultural
En pocos sitios del mundo como en esta ancha pasarela del Bund puede asistirse al diálogo entre la modernidad de ayer y la modernidad de hoy, y en ese contraste hay una imagen gráfica del duelo cultural que marca el presente de nuestro mundo, tan distinto en sus términos del que se vivió en tiempos pasados. Cuando en 1793 los británicos enviaron a China una delegación de ochenta y cuatro personas, encabezada por lord Macartney, que llevaba un amplio muestrario de manufacturas británicas con el propósito de proponer al emperador Qianlong un tratado de comercio y el establecimiento de una legación, recibieron del soberano una altiva respuesta: que China tenía ya de todo, que no necesitaban nada más y que en Europa había demasiados países y no iba a dejar que se instalara en Pekín un enviado de cada uno de ellos. Como señala Patricia Buckley en su 'Historia de China', hasta 1700 el progreso material en el país asiático era sin duda superior, y eran más las invenciones que iban de este a oeste que a la inversa. Lo que a fines de ese siglo vio Macartney –y contó al rey, su primo– fue un país pobre y atrasado cuyos soldados seguían armados con arcos y flechas. El opio hizo el resto, y los británicos acabaron apoderándose de Shanghái en 1841 y en 1860 en Pekín había tropas francesas y británicas que se permitieron arrasar el palacio de verano del emperador.



Aquella debilidad ofreció a los extranjeros la oportunidad de infiltración comercial y cultural que acabaría dando lugar a este paisaje occidental incrustado en Oriente, y del que son muestra también las viviendas y las villas que sobreviven en la antigua concesión francesa, o los edificios casi neoyorquinos que le salen al paso al caminante en Yangpu, a las espaldas del Bund, en el territorio de la antigua concesión internacional, que unificó las concesiones británica y estadounidense. Pero también la casa de estilo neoárabe proyectada por el arquitecto español Abelardo Lafuente para el granadino Antonio Ramos, que produjo varias películas y llegó a tener siete cines en la ciudad. Ahí siguen sus columnas inspiradas en la Alhambra, en el barrio de Hongkou.
Los edificios de singular valor arquitectónico e histórico, como esa casa o el hotel Metropole, concluido en 1930, perduran y gozan de protección, pero barrios enteros caen bajo la piqueta para dar paso a los rascacielos de acero y cristal que convierten cada vez más solares del viejo Shanghái colonial en aventajados rivales de cualquier ciudad de Occidente4, con amplias avenidas, pulcras aceras y meticulosa señalización en chino e inglés.
Mirando al mundo
A Shanghái viene uno para participar en el festival literario de la ciudad, organizado por la asociación de escritores de China y en el que tiene la ocasión de escuchar a una veintena larga de autores y autoras del país. También ellos, lejos del inmovilismo autocomplaciente de Qianlong, se muestran pendientes de los avances y de las oportunidades que les ofrecen para proyectar su obra al mundo. No pocos de ellos aluden, por ejemplo, a la conveniencia de que la narración literaria sea transformable en narración audiovisual para hacerla relevante. En el viaje que el festival organiza para un grupo de autores al área del lago Dishui —a unas dos horas del centro de la ciudad—, el novelista y también arquitecto Tang Keyang —encargado, entre otras obras del pabellón de China en la Bienal de Venecia de 2010— le muestra al viajero las ilustraciones generadas por inteligencia artificial que, ante su insatisfacción por lo que le ofrecían los ilustradores, ha producido él mismo para una reciente novela en la que cuenta las andanzas de un aventurero chino en Oriente Medio allá por el siglo XVII. Al defender el valor de la palabra como herramienta narrativa y la creación humana artesanal, es el europeo el que se siente antiguo, frente a unos creadores que como su sociedad apuestan por la más radical innovación.
Por cierto que el distrito tecnológico de Lake Dishui –así, en inglés, se lee el nombre en uno de sus edificios– es en sí mismo una buena muestra de la ambición de Shanghái y de la propia China por ocupar de nuevo esa vanguardia que cedió a Occidente hace trescientos años: proyectado como hub para el desarrollo de la industria de la IA, en torno al lago circular –y artificial– que le da nombre, no sólo cuenta con suelo para el establecimiento de empresas, sino con las viviendas para que los empleados no tengan que desplazarse a diario y con todos los servicios que puedan necesitar tanto ellos como quienes acudan allí por negocios. Por ejemplo, el fastuoso Hotel InterContinental, donde nos ofrecen una cena temprana, o la no menos imponente librería Duoyun, con sus veinte metros de altura desde el suelo al techo y pared acristalada con vistas al lago. Es la librería más gigantesca que uno ha visto en su vida, y en ella participa en un coloquio con otros escritores. El moderador, un profesor chino, que no celebra precisamente que el viajero cite las películas de Wong Kar Wai, parece disculpárselo un tanto cuando se refiere a algunas ideas de Sunzi, cita algún verso de Li Bai o pondera el retrato de los personajes femeninos en 'El sueño del pabellón rojo', de Cao Xuequin. La intérprete, una jovencísima estudiante de la universidad de Shanghái que le pide al interpretado que la llame Irene, media en el diálogo con desparpajo y diplomacia.
La mejor baza de China para encabezar este siglo No son los rascacielos, ni el 5G, ni la IA. Son las mentes que hay detrás
También habla español sin acento, domina coloquialismos y frases hechas y tiene un conocimiento de literatura en español que uno duda que tengan muchos de nuestros filólogos. Y lo más pasmoso viene cuando te dice que tan sólo ha pasado dos semanas de su vida en España. Lo que sabe es fruto del nivel de su universidad –altísimo– y de su esfuerzo personal, que no sólo la lleva a bucear en la literatura contemporánea sino en los canales de Twitch para ver cómo habla de verdad la gente.
Esa es, quizá, la mejor baza de China para encabezar este siglo: el factor humano, la autoexigencia que uno advierte en Irene, y que combina con un fino sentido del humor. No son los rascacielos, ni el 5G, ni los coches eléctricos, ni la IA. Son las mentes que hay detrás, la determinación que tienen por ganar el futuro. Algo de lo que muchos entre nosotros se han olvidado, para empantanarse en lóbregas querellas decimonónicas.
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