crítica de
'Filosofía vulgar', de Andrés Amorós: rico acervo de sabiduría popular
Ensayo
El catedrático de Literatura Española, columnista, crítico literario y taurino y autor de más de cien libros de diferentes géneros, nos propone una estupenda recopilación y estudio de nuestro refranero
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¿Quién no ha utilizado en alguna ocasión, o en varias, los refranes? Encierran una gran sabiduría popular y proporcionan enseñanzas muy convenientes y adecuadas a numerosos momentos. En su último trabajo, Andrés Amorós, catedrático de Literatura Española, columnista, crítico literario y taurino ... y autor de más de cien libros de diferentes géneros, nos ofrece una recopilación, estudio y comentario del refranero que, en nuestra cultura, ha recogido un sinfín de escritores clásicos desde la Edad Media: Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, don Juan Manuel, el marqués de Santillana... hasta llegar a las grandes figuras de nuestro Siglo de Oro: Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Tirso de Molina... y sobre todo Cervantes. De todos ellos Andrés Amorós, extraordinario conocedor y estudioso de las letras españolas, extrae lo más granado de sus aportaciones.
Los refranes tienen mucho de peculiares sentencias cuya brevedad, como bien subraya Amorós, «no disminuye su valor literario, todo lo contrario: no es sencillo resumir un pensamiento en una fórmula breve y feliz, que se graba fácilmente en la memoria».
ENSAYO
'Filosofía vulgar. La verdad de los refranes'

- Autor Andrés Amorós
- Editorial Fórcola
- Páginas 248
- Precio 24,50 euros
Amorós titula su libro ‘Filosofía vulgar’, aclarando que ‘vulgar’ no se emplea en el sentido despectivo que hoy suele connotar, sino en cuanto «es propio de la gente normal, no especializada en una materia».
Tras una instructiva introducción, el volumen se organiza en cuatro grandes bloques temáticos: cualidades, vicios, focos de atención (el poder, el amor, la salud, las leyes, la religión...) y consejos. Así, por ejemplo: «Cada uno es hijo de sus obras»; «no hay atajo sin trabajo»; «más vale maña que fuerza»; «nadie nace enseñado»..., entre muchísimos otros. En general, el refranero, destila no poco pesimismo al nacer de la experiencia que «tantas veces deshace nuestras ilusiones». Muy bien recalca Amorós: «Lo indiscutible es que nuestra cultura tradicional no es ingenua ni se hace ilusiones. Sabe por experiencia que es muy recomendable andar con pies de plomo».
En general, el refranero, destila no poco pesimismo al nacer de la experiencia que «tantas veces deshace nuestras ilusiones»
Con acierto, subtitula Andrés Amorós su obra ‘La verdad de los refranes’. Una verdad que sigue vigente y es muy provechosa y quizá hoy más que nunca en los agitados y confusos tiempos que vivimos, donde campan a sus anchas cancelaciones, interesadas mentiras, torticeras 'ideas', corrección política y engañoso buenismo. Muy oportunamente, Amorós llama la atención sobre su muy actual validez : «Muchas de sus enseñanzas siguen siendo útiles y oportunas, hoy día, en muchos temas. Por ejemplo, la importancia de la educación; la defensa del esfuerzo, frente a la actual pedagogía de lo lúdico; la valoración de cada hombre por lo que haga; la denuncia de un buenismo vacío; la valoración de la experiencia y la moderación; la necesidad de aceptarse a sí mismo, para tener buenas relaciones con los demás, sin hacerse falsas ilusiones, los motivos para la esperanza....».
Disfruten de las enseñanzas de las indudables joyas del refranero, aunque, por supuesto, sin abdicar de su criterio: «Cada uno de los lectores decidirá, a propósito de cada refrán, si está de acuerdo o no». Un criterio que, claro está, no puede ser, «a tontas y a locas» —me permito recordar este dicho—, sino fundamentado en el conocimiento. Esta actitud crítica es la que practica el propio Amorós en este trabajo, pues, si bien aclara que en general ha intentado evitar dar su opinión sobre si está de acuerdo o no con lo que trasmite cada refrán para que sea precisamente el lector quien lo haga, no propone una ciega reverencia ante todo el refranero.
Entre otras, particularmente interesante me resulta su siguiente apreciación: «Lo posmoderno se basa en una grandísima falacia: Todo vale. Por supuesto, no hay que proscribir de antemano casi nada pero no todo vale igual. Yo no escribo sonetos como Quevedo ni relatos como García Márquez. En arte es frecuente eludir cualquier discusión con otra simpleza repetida: Para gustos, colores. Por supuesto, cada uno puede tener su preferencia personal (lo que me toca el corazón, decía Moratín), pero no todos los gustos valen igual».
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