José Luis Garci - Telegramas cinéfilos
‘Directed by Català-Roca’
Su excepcional obra me evoca la filmografía de un director de cine más que la hazaña de un fotógrafo

Siempre que miro la excepcional obra de Francesc Català-Roca , me parece contemplar la filmografía de un director de cine más que la hazaña de un fotógrafo. Muchos de los encuadres que nos regaló Català de s u querida Barcelona o de su Madrid caliente ... , de su Madrid que late, forman parte de lo más sincero y emocionante de nuestra cinematografía. Lo que salía por la cámara del genio de Valls (Tarragona), era nada menos que un tiempo atravesado por la melancolía, el dolor y el misterio de las posguerras. Català-Roca filmó un país convaleciente, como la luz de ‘Las Meninas’, un país de arresto domiciliario y reclusión callejera; y lo retrató desde los días de mayor desengaño hasta su mejoría y apertura al mundo.
También nos acercó Català a la España negra de Gutiérrez Solana , ese Zola de las verbenas y las capeas de los pueblos, en unos paisajes tremendos que, lo supimos luego, eran muy parecidos a los lugares más allá del telón de acero, territorios igual de dolientes y desmejorados, aunque éstos tardarían más en curarse, no sólo en salud. Català captó la vida de «cuando entonces» -que decía Umbral-, sus costumbres, sus sueños y hasta su moda. Los peinados de ellas, sus faldas y blusas, sus zapatos y alpargatas; y las corbatas de ellos, las camisas y jerséis, sus pantalones con rodilleras…
De vez en cuando, un par de veces al año, me sumerjo en el libro que editó La Fabrica, todo un homenaje a «·Paco» -así le llamaban sus íntimos-, casi cuatrocientas páginas inundadas de maravillosos planos (permitidme llamar así a sus fotos). Desde niño me ha fascinado la fotografía, tanto como las películas, la radio, el cine, el Atlético de Madrid o los tebeos. Sentía curiosidad por todos los fotógrafos. Por los ambulantes, que trabajaban en las calles más céntricas, y por los fijos, que plantaban sus armatostes a la entrada del Retiro (Puerta de Alcalá) o de otros parques.
Los fotógrafos callejeros hacían fotos a las parejas enamoradas, en Callao, con Galerías Preciados de fondo, o en la Plaza Mayor, junto al Arco de Cuchilleros. Retrataban, sobre todo, familias muy peripuestas, disfrazadas «de domingo» . Cobraban unas pesetas. Los artistas de la Leica nunca fallaban. A los dos días, ya recibías el retrato en tu domicilio, que ellos habían apuntado cuidadosamente. Casi todos los españoles guardaban en casa un álbum para las fotografías, protegidas por el crujiente papel de seda. Además de los fotógrafos que cubrían las bodas y los bautizos, estaban los más pudientes, los que atesoraban un Estudio en Serrano o Alcalá, al que tras la boda, acudían los recién casados. Y, en fin, complementando la nómina, no hay que olvidar los fotógrafos de muertos, que irían desapareciendo, poco a poco, a partir de los años cuarenta.
Ahora, se hacen ya tantos centenares de millones de fotografías al día, a través de los teléfonos móviles , que no únicamente se ha extinguido la profesión de los fotógrafos urbanos, sino que lo que antes entendíamos por imagen, está agonizando. Otra cosa. Querría señalar que la obra de Català me gusta más que la de Berenice Abbott y su Manhattan desalmado; y que incluso la prefiero a la de Newton y sus cosmopolitas mujeres, tan elegantes desnudas como vestidas; y que la Barcelona de Català me conmueve el doble que el París de Doisneau (me encanta su falso beso) o Brassaï. Para mí, Francesc es el más completo, el Di Stéfano de la profesión, superior a Capa y Gerda, y también a la modernidad y el buen gusto de los Cartier-Bresson, Pomés, Cecil Beaton o Avendon.
Hay dos maestros, eso sí, que podríamos situar a la altura de Català. Horacio Coppola , con su ‘canyengue’ y compadre Buenos Aires, en el que, si afinas bien el oído, hay ratos en que se escucha a su Majestad el Tango; y Ramón Masats , otro genio y otro cineasta. (Su cortometraje ‘El que enseña’, rodado a mediados de los ‘sixties’, tendría que proyectarse en nuestros colegios el primer día de curso.) Así que a la Magnum pongo por testigo de que siempre he sentido debilidad por Català. Su luz es la de Rossellinni y De Sica , la de aquellos ‘thrillers’ catalanes de Julio Salvador y Julio Coll, la que desprenden los libros de Luis Romero -‘La noria’- y Ángel Vázquez -’Se enciende y se apaga una luz’-, la de Surcos y Berlín, sinfonía de una gran ciudad. Català es un humanista.
Sus «instantáneas» están llenas de personajes inolvidables , rodeados de un afecto real, nunca sobreactuado. Cuando en 2017 dirigí en el Teatro Español ‘El hermano’ , de Medardo Fraile, arranqué la obra con una imagen de Català ampliada y proyectada sobre la totalidad del escenario: las seis mujeres subiendo la Gran Vía, entrelazadas, de espaldas a nosotros, a la altura del cine Lope de Vega y la KLM. Creía, y sigo convencido, que no había mejor manera de emplazar la joya de Medardo; la imagen iba acompañada del adagio de Barber y del alboroto de la calle. Toda mi puesta en escena era una celebración del blanco y negro de Català.
Años antes, cuando era jurado de los Premios Príncipe de Asturias de las Artes, propuse a Francesc para el galardón, pero no hubo suerte ; al final, se impuso el pintor Miquel Barceló, que también me gusta mucho. [De las obras maestras que Català firmó en Barcelona, me quedo con: 1, la de los limpiabotas alrededor de un soporte publicitario (popularmente, chirimbolo) que anuncia el estreno, en el Poliorama, de ‘Pena, penita, pena’, interpretada por Lola Flores; 2, el grupo que baila sardanas en la Ciudadela; 3, la Chunga en Montjuïc, puro Pasolini; y 4, la serie que nos regaló Francesc sobre la llegada del ‘Semíramis’ con los últimos prisioneros de la División Azul (embarcados en Odesa, muy cerca de la escalinata del ‘Potemkin’).
De los madriles, mi fotograma preferido es la vendedora del diario ‘Marca’ en la boca del Metro de Sol, con sombrero de paja en la cabeza; y otra, la de un aeropuerto de Barajas de los ‘fifties’ que parece de juguete. Todas en blanco y negro. El b/n de Català parecía estar iluminado por una dinamo. Qué acierto no hacerlas en color. Acordaos de cómo eran las diapositivas Kodak pigmentadas de aquel tiempo.]
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