Antonio Machado ingresa en la RAE con un siglo de retraso
El poeta fue elegido académico en 1927. Nunca leyó su discurso de entrada, que dejó inacabado
La Academia celebrará el 29 de abril su ingreso simbólico. José Sacristán leerá sus palabras y Serrat recitará sus versos

La noticia es del 25 de marzo de 1927. «Ayer tarde [era jueves] se verificó en la Real Academia Española la elección para cubrir la vacante de D. Miguel Echegaray. Asistieron 26 académicos. Fue elegido D. Antonio Machado y Ruiz, por 16 votos. Obtuvo ... ocho el Sr. Alcalá Zamora, y salieron dos papeletas en blanco», informaba el redactor de ABC. El poeta tardó dos años en sentarse a escribir su discurso de ingreso, y trabajó en él otros dos, hasta que abandonó el texto en 1931 por razones que se desconocen: solo le faltó cerrarlo, el resto aún puede leerse como un tratado de lírica en el que volcó todas sus lecturas e intuiciones y demostró, por si hacía falta, que estaba a la altura de los grandes intelectuales de su tiempo.
Machado nunca leyó su discurso, y por tanto nunca formalizó su ingreso en la RAE ni se sentó jamás en la silla V, que era la que le correspondía, pero se instaló en la memoria de la institución como una ausencia o un fantasma querido. En 1997, Ángel González le dedicó su propio discurso de ingreso para celebrar los setenta años de su elección. Dijo: «Remediar su propio olvido, traer aquí las palabras –aunque sea en una borrosa referencia– que fueron escritas para ser aquí leídas, es un homenaje, si se quiere mínimo, que yo he querido tributar a quien considero el poeta español más importante de este siglo». Y ahora, cuando se cumplen casi cien años de aquel 24 de marzo, la RAE ha subido la apuesta y ha decidido celebrar, al fin, su acto de ingreso. Será el 29 de abril. José Sacristán se meterá en la piel del poeta y leerá su discurso. Juan Mayorga, en el papel de Azorín, leerá la réplica que este podría haberle dedicado. El acto lo cerrará Joan Manuel Serrat con un recital machadiano acompañado de piano.
«Será lo más parecido posible a los solemnes actos de ingreso de nuevos académicos, pero se trata de un homenaje. Para nosotros es un acto simbólico de fuerte significación, porque él ha sido uno de los grandes poetas de nuestra historia, y de los más profundos y conocidos, también», subraya Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, que, como es tradición, abrirá la ceremonia.
«Es un acto emocionante, porque es un acto, si se quiere, de homenaje y recuperación simbólica de Antonio Machado para la RAE. Es muy hermoso que la Academia lo reciba ahora», dice Juan Mayorga. ¿Cómo es esa respuesta de Azorín, qué palabras le dedica? «Quienes conocen a Machado y Azorín piensan que este le hubiera hecho la réplica del discurso. Lo que yo voy a leer es un texto hermoso e inteligente, como lo son siempre los de Azorín. Él hace un muy inteligente comentario, una muy inteligente interpretación de 'Campos de Castilla', en particular del paisaje en ese libro y en la poesía de Machado. Para Azorín, en esos poemas, en esos paisajes, encontramos un autorretrato de Machado. Ahí está su intimidad, su carácter, su mirada», explica el dramaturgo. «Ambos autores coinciden en el paisaje, que es un lugar geográfico y poético. Y en ese lugar coinciden, se encuentran, se citan», remata.
Por qué tanta modestia
El discurso inacabado de Machado se publicó en 1949 en la 'Revista Hispánica Moderna', que se editaba en Nueva York. Empieza elogiando a la RAE y haciéndose de menos. «No creo poseer las dotes específicas del académico. No soy humanista, ni filólogo, ni erudito. Ando muy flojo en latín. (...) Aunque he leído mucho, mi memoria es débil y he retenido muy poco», escribe. Sobra decir que en las siguientes treinta páginas se dedica a contradecirse a sí mismo: desmenuza la poesía del romanticismo, celebra su vocación universal («en el corazón de cada hombre canta la humanidad entera»), lamenta el hermetismo de lo que vino después en Europa, salva el simbolismo francés, encumbra a Proust y 'En busca del tiempo perdido', admira a Joyce y el callejón sin salida en el que nos metió con su 'Ulises'... A lo largo de las páginas, Machado esboza una suerte de historia de la literatura del siglo XIX, un tiempo marcado, sostiene, por el solipsismo y el escepticismo. También carga contra la poesía sin alma, demasiado conceptual, pura…
«Es un texto erudito, inteligente, interesante. Es muy bonito leerlo hoy. Mucha gente, leyendo o escuchando ese discurso, redescubrirá a Machado como un gran intelectual, como un gran conocedor no solo de la tradición española, sino también de las grandes tradiciones europeas», afirma Mayorga.
¿Por qué, entonces, empezó su discurso con aquella negación de su intelectualidad? Otra vez la respuesta nos la da Ángel González: «Es evidente que Machado no está diciendo la verdad (...) en mi opinión, con una intención benemérita: disimular, para no ofender a la institución que le había abierto las puertas, su falta de simpatía por lo académico», opinó en su día Ángel González. Esta aversión a lo académico se la había confesado el poeta a Juan Ramón Jiménez en una carta fechada en 1913: «Pasé por el instituto y la universidad, pero de estos centros no tengo huella alguna, como no sea mi aversión a todo lo académico».
Cultura para todos
«La mayor parte de lo que Machado dice en el inacabado discurso (...) parece responder a la intención de refutar las ideas acerca de un arte solo artístico, expuestas por Ortega en 'La deshumanización del arte'», señalaba Ángel González en 1997. Lo que Machado criticaba del arte nuevo no era tanto las obras en sí como su pretensión de llegar solo a unos pocos. «Frente a esa concepción restrictiva del arte, Machado adopta una posición abierta y generosa, que busca la integración de los que no entienden: la difusión de la cultura para 'despertar las almas dormidas y acrecentar el número de los capaces de espiritualidad'», continúa el ovetense. Ahí se notaba, claro, su paso por la Institución Libre de Enseñanza.
En la noticia publicada en ABC en 1927 ya se insinuaba esa distancia de seguridad que mantenía Machado con el academicismo: «No representará en la Academia el clasicismo; pero tampoco el romanticismo garrulo y vacío; porque desdeña las romanzas de tenores huecos (...) Con Antonio Machado entra, pues, en la Academia, no el artífice del verso, esclavo de la palabra, del ritmo y de los efectos externos, sino el verdadero poeta que llega al alma y que, al desarrollar su pensamiento, no lo esclaviza jamás a una trivial y liviana belleza de la forma». Poco después, Machado afirmaría: «La palabra escrita me fatiga cuando no me recuerda a la espontaneidad de la palabra hablada».
Con la cercanía de la guerra, la trayectoria de Machado se alejó de amigos como Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Baroja e incluso Azorín. En ese momento, cuenta Ángel González, «se quedó verdaderamente solo. Compensación: el acercamiento de los poetas jóvenes, que hasta entonces habían recibido (o ignorado) su obra con casi absoluta indiferencia».
Al final de su discurso Machado mira al futuro e intenta adivinar el camino de la poesía. La última frase que escribió a máquina dice así: «El genio calla porque nada tiene que decir cuando el arte vuelve la espalda a la naturaleza y a la vida, los ingenios invaden el estadio y se entregan a toda suerte de ejercicios superfluos». Lo que sigue está escrito a lápiz: «Si la poesía renace se hablará de una restauración, de una vuelta a las antiguas [aquí hay tres palabras ilegibles] se parezca a nada». Ahí queda el misterio.
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