Adiós a Marino Gómez-Santos, casi un siglo de España
El periodista y escritor ovetense falleció ayer en Madrid a los 90 años

Con Marino Gómez-Santos , que ha fallecido en su Madrid adoptivo, unas semanas después de cumplir los noventa años , se nos va un pedazo de la memoria de España. De la España literaria, de la España periodística. De casi un siglo ... de España.
Nacido en Oviedo en 1930 , Marino dedicó sus primeros afanes de escritor a la figura de Clarín, objeto de su primer libro, aparecido en 1952 con prólogo de Gregorio Marañón. El veinteañero llevaba entonces sólo dos en Madrid, dedicado a hacerse un hueco. Pronto fue íntimo de Azorín, Baroja, Cela, César González-Ruano, Juan Ignacio Luca de Tena o, también en esta casa, Luis Calvo… En los anales queda un libro clásico, irrepetible, su «Crónica del Café Gijón», de 1955, con epílogo nada menos que de Ramón Gómez de la Serna, y cubierta dibujada nada menos que por Ruano, y dibujos de Eduardo Vicente. Luego están sus libros de entrevistas, «Diálogos españoles», «Mujeres solas», «Mundo aparte», «Españoles en órbita», «12 hombres de letras», «Once españoles universales», «Vidas contadas»… a los que hay que añadir los diálogos monográficos.
Nadie ha trabajado nunca sus entrevistas , en este país, como lo hizo él en su edad de oro, que fueron los cincuenta y sesenta. Llenas de detalles exactos, cada una es una auténtica mina en torno al entrevistado, al que sabía sacar pepitas, fuera José del Río Sáinz o Lola Flores, Agustín de Foxá o Eugenio Montes, Santiago Bernabéu o Sebastián Miranda, Edgar Neville o su amigo hollywoodiense Charles Chaplin , al cual entrevistó en Lausana, en 1964, con Campúa para documentar fotográficamente el encuentro, en que entrevistado y reportero, ambos con abrigo y sombrero, parecen personajes de Tintín. Una sola vez, en 1982, fue un político objeto de un libro entero suyo de conversaciones, y me parece significativo que fuera un político dialogante, sensato y con retranca como Leopoldo Calvo-Sotelo .
¿Sobre qué no escribió Marino? Su estrechísima amistad con Marañón , sobre fondo de Toledo, la plasmó en libros memorables. Lo mismo sucedió con Severo Ochoa , su paisano, aunque en este caso la aventura de la Fundación, ya fallecido el Nobel, le iba a dejar un sabor amargo. Todo un sector de la amplísima bibliografía de quien fuera asiduo colaborador de Tribuna Médica es de biografías de galenos, destacando, además de las citadas, la de Francisco Grande Covián. Nuestro común amigo Antonio Álvarez Barrios me elogia grandemente su libro taurino «Mi Ruedo Ibérico» , de 1991, y me recuerda la amistad fraterna del asturiano con Domingo Ortega. En este mismo diario, el finado evocaba hace poco la vuelta de Suiza de la Reina Victoria Eugenia , en 1968, cuatro años después de que él le dedicara una biografía. Del año siguiente es otro libro suyo, documentadísimo, sobre el metro de Madrid, que entonces cumplía cincuenta. Entre sus biografías , hay una sobre Larra, pero también otra sobre Eduardo Barreiros. Y otra más, en 1980, sobre el entonces Príncipe de Asturias.
Excelente memorialista en «La memoria cruel», de 2002, o en «En busca de mi Oviedo perdido», de 2009, Marino se guardó para sí muchas, demasiadas cosas. Su recién aparecida biografía de González-Ruano, cuyo editor, Abelardo Linares, es quien me ha comunicado la triste noticia, está muy bien, y, sin embargo, cuánto se dejó, por elegancia, en el tintero. Visitarles, a María Ángeles y a él, era siempre una delicia, porque se hablara de lo que se hablara, él siempre salía con algo nuevo, sorprendente, agudo, bien visto y mejor contado. Un día, por ejemplo, me dijo, con su voz estentórea: «Mira, en torno a esa mesa han estado sentados Bergamín, Montes y Sánchez Mazas». Y luego, para rematar, los plásticos: «A Bergamín y a Maruja Mallo los veía mucho, por aquellos años, en casa de Pepe Caballero».
Hasta el final, Marino, que legó su rico archivo a la Universidad Rey Juan CarIos , ha vivido pendiente de nuestra vida literaria, política, social. Si mirando hacia atrás nos contaba su vida a algunos de una quinta más joven, es porque tenía la impresión de que sus palabras no caían en saco roto. No, querido amigo, no caían en saco roto.
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