El último traslado de los restos de Calderón de la Barca
La urna del insigne literato fue llevada en 1902 a la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores en la calle San Bernardo

- Comentar
- Compartir
«Un triste hado parece haber presidido, más allá de la tumba, los destinos de algunos de los más insignes varones del Siglo de Oro, fallecidos en Madrid, haciendo desaparecer sus restos». Alfredo Ramírez Tomé se lamentaba así en 1934 de la pérdida de los de Cervantes, Lope de Vega o Velázquez, pero por aquel entonces aún los de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) constituían una excepción en medio de tan lamentable ignorancia. No podía ni imaginar Ramírez Tomé que tan solo dos años después de que escribiera estas líneas estallaría una Guerra Civil en la que también éstos desaparecerían.
Al autor de «La vida es sueño» le dieron sepultura con toda pompa el 26 de mayo de 1681 en la iglesia del Salvador, en la calle Mayor, muy cerca de su casa.
Así lo dejó escrito en sus últimas voluntades: «Ser llevado a la parroquial iglesia de San Salvador de esta villa. Será mi sepultura la bóveda de la capilla que con el antiguo nombre de San José está a los pies de la iglesia».
Pero en 1840, ante la amenaza de un inminente derrumbamiento del edificio y de que las cenizas de un varón tan ilustre se confundiesen con el polvo de las ruinas, la Archicofradía de San Nicolás y la Congregación de San Pedro de Presbíteros Naturales de Madrid, a la que perteneció Calderón, acordaron exhumar sus restos y trasladarlos a la Sacramental de San Nicolás. Durante el Sexenio Revolucionario (1868-1974), Calderón fue uno de los escogidos para el Panteón de Hombres Ilustres que se quiso crear y sus restos fueron llevados a una de las capillas de San Francisco el Grande, a la espera de su construcción, que no se llegó a realizar. Calderón fue devuelto a San Nicolás y a finales del siglo XIX, la Congregación de Presbíteros Naturales se hizo cargo de los restos y «fueron conducidos con brillante desfile por las calles de Madrid el 22 de abril de 1880» a su iglesia, en la calle Torrecilla del Leal.

Dos décadas después, volvían a ponerse en camino, hacia la nueva iglesia que la congregación había levantado en San Bernardo, hoy conocida como Nuestra Señora de los Dolores. Así lo contó «Blanco y Negro» el 8 de noviembre de 1902: «Un día cualquiera de la semana pasada, con poquísimo aparato oficial y sin atención casi ni curiosidad por parte del público, se verificó la traslación de los restos del insigne poeta madrileño desde la antigua iglesia de la Congregación de Sacerdotes naturales de Madrid, hasta el nuevo y magnífico edificio que esta ilustre y antigua corporación ha erigido en la calle Ancha de San Bernardo».
El último entierro de Calderón de la Barca fue «una ceremonia sencilla, simpática, aun cuando no despertase entusiasmo popular, por no haber sido anunciada en los periódicos», subrayaba el cronista, que se mostraba convencido de que «así lo hubiera querido, sin duda, el ilustre muerto que, en verdad, fue de los literatos menos vanidosos de su época».

Desde que vistió el hábito sacerdotal, Calderón de la Barca había llevado una vida austera y sencilla. «Por caso que parece extraño, pero que analizándolo bien no lo es, D. Pedro Calderón de la Barca, siendo un poeta amigo de la pomposidad y de las hojarascas retóricas, siendo un culterano enrevesado y hasta ininteligible en muchas partes de sus obras, en el fondo era un alma simple, cara, transparente y modesta».
Según «El Imparcial», aquella ceremonia no fue tan discreta como la describió el cronista de «Blanco y Negro». Al traslado acudieron representantes de la nobleza, la política, la literatura y las artes y al paso de la comitiva frente al Teatro Español, los actores arrojaron una lluvia de flores desde los balcones enlutados.

Parecía que ésta iba a ser la última morada de Calderón de la Barca, pero el 21 de julio de 1936 las milicias republicanas incendiaron la iglesia de Nuestra Señora de los Dolores y los restos del dramaturgo desaparecieron.
Durante años se creyó que habían sido destruidos en el ataque, pero en 1981, coincidiendo con el tercer centenario de la muerte del literato, se alzaron voces que pedían buscar los restos de Calderón de la Barca. «Referencias fidedignas» apuntaban a que el sencillo monumento sepulcral que se levantó en el brazo derecho del crucero «no era el sepulcro efectivo de Calderón, cuyos restos estarían depositados en un nicho abierto en el muro».

La idea volvía a recuperarse este mismo año. Al parecer, un sacerdote confesó en su lecho de muerte que los restos no se habían perdido, sino que estaban emparedados en el templo. Por desgracia, falleció antes de revelar su emplazamiento. Un grupo de investigadores de la Universidad San Pablo CEU buscará ahora los tan traídos y llevados restos de Calderón de la Barca.