El T-26, el tanque ruso que destrozó a sus contrincantes alemanes durante la Guerra Civil
La Península se convertiría en el campo de entrenamiento de las grandes guerras de acorazados modernos que se vivirían en la Segunda Guerra Mundial, pero no por los tanques existentes, sino por los que estaban por venir de Italia, Alemania y Rusia
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La guerra de Ucrania ha sacado a la luz las graves deficiencias del Ejército ruso, que en la mayoría de casos se ha dedicado a actualizar de forma parcial la maquinaria heredada de la URSS. Es el caso de sus carros de combate, cuya versión más moderna, el T-90, mantiene viva la larga tradición de grandes, versátiles y económicos tanques aplicada desde tiempos de Stalin.
La historia de la tecnología militar vivió un tsunami entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, como si la presentación en sociedad de los tanques, la aviación y tantos artificios destructivos no hubieran sonado lo bastante aterrador y las potencias militares quisieran redoblar la apuesta. El primer carro de combate adquirido por España fue el Renault FT-17, que llegó a Madrid el 23 de junio de 1919 al calor de la posguerra.
Aquellos tanques ligeros, junto a media docena de carros de asalto Schneider CA-1, pusieron las bases a la punta blindada del Ejército español que, casi sin cambios, participó en la Guerra Civil.
Al estallido de la guerra, el Ejército sumaba, aparte de los Camiones Protegidos (vehículos blindados de unas dimensiones), un total de diez FT-17, que se repartieron entre nacionales y republicanos casi a partes iguales. El único Fiat 3000A (modelo italiano parecido al FT-17) en servicio fue desmontado para usar sus piezas y los seis tanques de asalto Schneider CA1 de España permanecieron a disposición del Ejército republicano, que los usó durante el asedio del Alcázar de Toledo y las primeras defensas de Madrid, donde resultaron destruidos. Tres prototipos del Trubia A4, un carro de combate fabricado en España, estuvieron en manos de los nacionales, mientras que un cuarto aparato pasó al Ejército Popular de la República, según datos de Dionisio García, autor de ‘Trubia: El Primer Carro de Combate Español’ (Almena).
El desembarco extranjero en España
La Península se convertiría en el campo de entrenamiento de las grandes guerras de acorazados modernos que se vivirían en la Segunda Guerra Mundial, pero no por los tanques existentes, sino por los que estaban por venir de Italia, Alemania y Rusia. El 18 de agosto de 1936 recibieron los nacionales las primeras tanquetas italianas y un mes después una treinta de carros ligeros de exploración alemana. Los republicanos no se quedaron atrás gracias al suministro soviético. Según el mítico libro sobre la Guerra Civil de Hugh Thomas, durante el año 1936 llegaron 239 carros rusos a los puertos de Levante y 120 a Bilbao.

La máxima dotación en el bando republicano se alcanzó en septiembre de 1937 con 403 carros rusos en plantilla, mientras que en el bando nacional en los tiempos de mayor abundancia los carros fueron 60 alemanes y 60 italianos, sin llegar a ser nunca cien de cada país. No en vano, ni los italianos CV-33 ni los alemanes Panzer I eran rivales para los numerosos carros rusos T-26, que destrozaban con sus cañones los blindados enemigos.
T-26 fue diseñado en la década de los veinte como apoyo a la infantería usando como modelo un tanque ligero británico, el Vickers 6-ton, que era más económico que los que venían fabricándose en la URSS. Un grupo de ingenieros del Departamento de Diseño Experimental (OKMO) en la Fábrica Bolshevik de Leningrado fabricaron veinte modelos similares a los aparatos británico, de estructura casi totalmente remachada, si bien con el tiempo los adaptaron a sus necesidades y comenzaron su producción a gran escala. Con más de 11.000 unidades, el T-26 fue fabricado en mayor cantidad que cualquier otro tanque de su época y exportado, aparte de a España, en grandes cantidades a China y Turquía.

A partir de 1934, las distintas versiones del T-26 se unificaron en la que incluía un único cañón (45 mm) y una ametralladora de 7,62 mm. Podía ya alcanzar una velocidad de 28 Km/h y se mejoró la soldadura tras los combates con los japoneses de esa misma década. Se decidió gracias a la experiencia en este conflicto fronterizo el uso de la soldadura, que les confirió una gran ventaja en combate sin perder velocidad. Pese a denominarse carro ligero, este tanque era tres toneladas más pesado que su predecesor británico y su autonomía superaba los 200 kilómetros.
Los puntos débiles del carro
Los primeros tanques T-26 que llegaron a España en su modelo T-26B fueron tripulados por personal soviético, pero pronto el comandante soviético Semión Krivoshéin abrió una escuela de formación en la localidad de Archena, cerca de Cartagena, reclutando principalmente a conductores de camiones y autobuses republicanos. Si bien el mejor carro de combate de la contienda fue el BT5 ruso, del que llegaron muy pocas unidades a España, el T-26 demostró ser imposible de parar por los blindados enemigos. Los tanques soviéticos estuvieron presentes en las batallas del Jarama, Guadalajara, Brunete, Belchite, Teruel y el Ebro, donde protagonizaron episodios inéditos en este tipo de guerras.
El T-26 tenía una movilidad y velocidad similar a sus enemigos, pero su protección y blindaje era muy superior y, sobre todo su armamento principal, el cañón de 45 mm, provocaba terror en sus contrincantes. Los tanques italianos y alemanes encontraron dificultades para dañar al carro soviético, pero el blindaje de 15 mm del T-26 sí era vulnerable a las armas antitanques. Frente a la inferioridad de su bando, Franco llegó a ofrecer a sus soldados hasta 500 pesetas por cada tanque T-26 capturado y organizó una unidad de recuperación, diseñada para apresar blindados soviéticos fuera del terreno e incorporarlos a sus filas.

Además de dañar su blindaje, otra vía para neutralizarlos era sacar provecho a las deficiencias de su motor, que se podía ahogar echando mantas sobre las tomas de aire o con cócteles molotov. Las altas temperaturas que se registraban dentro del vehículo obligaban a la tripulación a abandonarlo en cuanto faltaba el aire sin que la estructura del carro resultara dañada. Asimismo, los T-26 que participaron en la Guerra Civil no contaban con radio para comunicarse, excepto el carro del oficial de la unidad, que se distinguía de los demás por una antena de forma semicircular adaptada a parte trasera de la torreta, lo que le convertía en el blanco predilecto del enemigo.
Para distinguir claramente a los T-26 capturados, el ejército franquista pinto los laterales de la torreta con los colores rojo y amarillo y la parte superior, con la cruz de San Andres en negro sobre fondo blanco. Tras el conflicto fratricida, Franco contaba con diez Renault FT-17, 94 Panzer I, 60 CV-33/35 y 140 T-26, que formaron la columna vertebral de su ejército. El propio Stalin llegó a bromear con que él se había convertido en el principal suministrador de armas del dictador español. Estas unidades del tanque estuvieron en servicio hasta 1957, cuando empezaron a ser sustituidas por material entregado por los Estados Unidos, como los M-26, los M-41 o los M-47.
Fuera de España, el T-26 participó en las primeras operaciones de la Segunda Guerra Mundial, entre ellas la invasión a Polonia y la guerra de Invierno con Finlandia, donde quedó en evidencia que estaba obsoleto. Los cañones antitanque finlandeses de 37 mm e incluso algunos rifles antitanque de 20 mm penetraban fácilmente en su delgado blindaje. Aunque cesó su producción en 1941, las unidades existentes aún participaron en la invasión alemana de la URSS conforme fueron paulatinamente sustituidas por otras más modernas como el T-34.
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