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El misterioso crimen de la joven mutilada del Tajo

El hallazgo de unos restos sin cabeza ni brazos en el río desató todo tipo de fantasías y especulaciones

El misterioso suceso de la Puebla de Montalbán.Grupo del juzgado que Intervino en las Primeras Diligencias Motivadas por el descubrimiento de un Cadaver en la isleta de Los Felipes+ info
El misterioso suceso de la Puebla de Montalbán.Grupo del juzgado que Intervino en las Primeras Diligencias Motivadas por el descubrimiento de un Cadaver en la isleta de Los Felipes
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«Hallazgo misterioso» del «cadáver de una dama». La noticia saltó a los periódicos el 9 de enero de 1911. Unos labradores habían encontrado el cadáver de una mujer sin brazos ni cabeza en aguas del Tajo, enredado entre las malezas de la isleta de Los Felipes, en el término municipal de La Puebla de Montalbán. En el cercano Torrijos no se hablaba de otra cosa. Unos redactores del periódico «El Liberal» que por casualidad se habían desplazado hasta este pueblo de Toledo fueron los primeros en informar de este misterioso suceso que pronto ocupó las conversaciones del momento.

«El cuerpo de la muerta vestía tan sólo finísimas ropas blancas, adornadas con encajes, medias de seda sujetas con lujosas ligas, y zapatos de charol de forma irreprochable, completamente nuevos», decían las primeras informaciones.

La autopsia indicó que la víctima debía de llevar en el río desde hacía un mes. Con tan pocos indicios, no había podido ser identificada.

Trozo de medía que apareció adherido a una pierna del cadáver
Trozo de medía que apareció adherido a una pierna del cadáver - Fernández

Lo que hacía más sensacional y más extraño el suceso era que, según la clase y confección de las prendas que llevaba, la víctima no parecía ser una mujer del campo. Si se hubiera tratado de un crimen o un accidente fortuito acaecido a alguien de las proximidades, su desaparición no hubiera pasado inadvertida en la zona. Sin embargo, el cuerpo no podía haber sido arrastrado desde un punto muy distante al que fue encontrado, porque el río tenía muchas presas y balsas que lo estorbarían.

Cada periódico recogió informes diversos y circularon mil versiones, verosímiles unas, fantásticas otras, sobre quién podría ser esa dama y cómo habrían ido a parar sus restos hasta aquel paraje. En la redacción de ABC, por ejemplo, se recibió una carta sin firma que invitaba a que los restos de media, de liga y de lencería fueran enviados a Madrid para que algún comercio pudiera reconocerlos. Si uno titulado El Pilar, situado en la calle de las Infantas, reconociese esos residuos como pertenecientes a prendas que él vendió el autor del escrito daría el nombre de una mujer joven, elegante y de vida algo alegre, que había desaparecido hacía poco en Madrid y cuyo paradero se desconocía.

«Hacía mucho tiempo que no teníamos crimen misterioso y esto tenía algo contrariada a nuestra fantasía meridional. Ayer surgió el relato tétrico, folletinesco, macabro. Ya tenemos sobre qué divagar un poco», decía Aemecé en su «Madrid al día» al referirse al hallazgo de esta mujer descuartizada que por su ropa lujosa interior no podía ser una aldeana de la ribera. «Acaso una gran dama de la corte... acaso una aventura amorosa. ¡Quién sabe...! Toledo próximo, el Tajo.. ¿No se tratará de Florinda, la Cava?», se preguntaba.

Como estímulo de las investigaciones, ABC ofreció una recompensa de 5.000 pesetas a la persona que descubriera el crimen que se suponía que se había cometido.

El juez de Torrijos Victoriano Arnáez, que se hizo cargo de la investigación, publicó un edicto con el fin de que todo el que tuviera conocimiento de la desaparición de alguna mujer se lo hiciera saber. Hasta el cementerio de La Puebla de Montalbán donde fueron trasladados los restos hallados se desplazó un nutrido grupo de corresponsales de los diarios madrileños para examinar los trozos de media del cadáver. No fueron suficientes para seguir la pista de la carta anónima recibida en ABC.

Un albañil llamado Miguel Marañón creía que la víctima podía ser una hermana suya que había desaparecido en Madrid. También se habló durante un tiempo de la hija de un colchonero llamada Pilar Mora, aunque pronto se descubrió que la joven se encontraba en Portugal.

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Conforme avanzaron los días, los datos que se iban conociendo fueron desmontando la leyenda de que se trataba de una joven de vida galante. En un nuevo examen de los restos se encontraron «pequeños trozos de refajo ordinario y también de media de algodón remendada» y en ésta se recogieron hilachas de cáñamo, o que hacía presumir que «la víctima calzaba alpargatas».

«De todas suertes, como no puede ser razón el que la víctima sea de humilde clase para que se procure el inmediato esclarecimiento de los hechos para castigo de sus autores», ABC mantenía su oferta de 5.000 pesetas como premio a quien descubriera el crimen. Porque la idea de que había sido un asesinato seguía en pie.

Una pista fiable

El 18 de enero se conocía una nueva pista según la cual, la supuesta víctima era una obrera de la fábrica de Artillería de Toledo llamada Ana Serrano, de 20 años. La madre de la chica había muerto asesinada cuando ella tenía solo seis años y su padre, Pedro Serrano, se había vuelto a casar con otra mujer, Isabel Vega, que maltrataba con frecuencia y dureza a la niña. A los 17 años había entrado a trabajar en la fábrica de Artillería y mantenía unas relaciones amorosas con un obrero que su padre y su madrastra censuraban porque querían casarla con un joven de Rielves. Una noche de diciembre de 1909 que regresó del trabajo fue recibida por la madrastra con insultos y porrazos y su padre secundó la paliza. Ana rechazó la cena, se encerró en su cuarto y al día siguiente desapareció.

La madrastra, conocida por la Quemada por una mancha grande que tenía en la cara, había muerto pocos días antes de que se conociera esta pista. «La fantasía popular ve ahora en el cadáver del Tajo a la joven Ana martirizada, y más que en la posibilidad de un suicidio cree el vulgo en la ejecución de un crimen», señaló ABC.

Pedro Serrano había contado todos los pormenores de la desaparición de su hija ante el gobernador. El día que desapareció llevaba medias negras de algodón y alpargatas. Convencido de que la víctima podía ser Ana, partió hacia Puebla de Montalbán.

El ministro de la Gobernación recibió un telegrama del gobernador civil de Toledo con la noticia de que Pedro Serrano había reconocido como prendas de la propiedad de su hija Ana los fragmentos que llevaba el cadáver encontrado en el Tajo. Fue lo último que se supo sobre el caso. ¿Se suicidó la desgraciada joven? O, como pensaron algunos, ¿murió a manos de su madrastra, que escondió su cuerpo y tiempo después lo arrojó al río? ¿Era realmente Ana Serrano la víctima o su padre identificó aquellos restos con la esperanza de llevarse la recompensa ofrecida por ABC? Lo cierto es que nadie se cobró aquellas 5.000 pesetas.

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