El gigantesco palacio desaparecido en Madrid donde se conspiró para la vuelta de los Borbones
En diciembre de 1874, los Duques de Sesto participaron en la distribución por todo Madrid de un manifiesto firmado por Alfonso XII para su regreso a España

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Durante el breve reinado de Amadeo I , un monarca constitucional y liberal poco amigo de los grandes fastos, la aristocracia tradicional no le puso nada fáciles las cosas en Madrid. Ningún noble se destacó más esta oposición a los Saboya como el Duque de Sesto, que se encargó de perfilar la educación de Alfonso XII en el extranjero, al tiempo que defendía en la capital la memoria de los Borbones.
José Osorio y Silva , XVII marqués de Alcañices y grande de España, conocido popularmente por el título de Duque de Sesto, había sido uno de los mejores alcaldes de Madrid y el más preocupado de que la ciudad contara con una red eficiente de alcantarillado durante el reinado de Isabel II. No dudó en combatir el cólera y otras epidemias desde la primera línea de fuego, hasta el punto de que a la muerte de su madre por esta enfermedad vivió atormentado por la sospecha de que sus frecuentes visitas a los hospitales hubieran trasladado la infección a su hogar. El cariño que guardaba la gente a este caballero de escasa estatura y andar curvado le permitió, incluso en los días revolucionarios moverse entre Madrid y París.
«Pepe Alcañices, es el prototipo del aristócrata español llano y campechano, que sabe ser, a la par que gran señor y hombre de mundo, simpático, generoso, afable, acogedor y amigo de todos, aunque sean de extracción humilde», escribió a modo de semblante Federico Olivan en las páginas de ABC (01-03-1953).
El motín de las mantillas
El palacio de Alcañices, propiedad del duque situada en lo que hoy es el Banco de España, se elevó como un islote borbónico desde donde la idea del retorno de la familia cobró fuerza entre la aristocracia. «De allí salieron consignas e instrucciones, que fielmente siguió toda la nobleza y gran parte de la burguesía, para hacer el vacío a don Amadeo de Saboya , traído por Prim», recuerda Olivan.
Desde el palacio se organizó el motín de las mantillas, ‘the ladies revolution’, que dijo el embajador británico, y otros desafíos más simbólicos que físicos instigados por la elegante Sofía Troubetzkoy, una princesa rusa de incierto origen, algunos dicen que hija del Zar Nicolás I, casada en segundas nupcias con el duque alfonsino. La exquisita rusa convocó durante varias tardes del marzo de 1871 a un grupo de damas afines a la causa Borbón, subidas en sus carruajes, a que pasearan por la Castellana ataviadas de peineta de teja, una flor de lis visible y con la españolísima mantilla. Era la manera de la aristocracia de manifestar el rechazo hacia las costumbres foráneas y hacia toda dinastía que no fuera Borbón.
Los rivales de los alfonsinos contrarrestaron al día siguiente el desfile con unos coches ocupados con «mujeres que, naturalmente, no salían de ningún convento», como diría el instigador del plan, vestidas de mantillas blancas y peinetas muy altas, muy empingorotadas. Las señoritas que representaron esta farsa fueron una dependienta, dos turistas francesas y otras jóvenes de dudosa reputación. A ellas les acompañaban unos caballeros que, vestidos de majos, con patillas y cigarros enormes, reproducían la españolidad del vestido masculino en su versión satírica. Uno de ellos portaba un disfraz en el que se podía reconocer perfectamente al duque de Sesto, cuyas abundantes patillas y perilla quevedesca eran inconfundibles.
Ser alfonsino en ese momento era una postura revolucionaria no exenta de riesgos. El conde de Benalúa, presente en el Palacio de Alcañices, recuerda en sus memorias que una noche Sofía recibió un texto anónimo que amenazaba con que si no cesaban las tertulias explotaría la casa, lo que de verdad ocurrió, en pequeña escala, quince días más tarde, al estallar un artefacto colocado en una reja del piso bajo de las ventanas que daban al Paseo del Prado . Por supuesto que la noble moscovita, fría como el témpano, no se amedrentó por el ruido y siguió con su pulso contra saboyanos, republicanos y quienes se terciara.
En el lugar del Banco de España
En diciembre de 1874, los Duques de Sesto participaron en la distribución por todo Madrid de un manifiesto firmado por Alfonso XII para su regreso a España. En los primeros días del nuevo año, Alfonso , procedente de París, llegaba a Aranjuez, siendo recogido por el Duque de Sesto, que le acompañó en su entrada por las calles de Madrid entre las aclamaciones del pueblo. Según una anécdota muy conocida, Isabel II le dijo en esos días a su hijo: «Alfonso: Da la mano a Alcañices, que te ha hecho Rey.
El antiguo Palacio de los Marqueses de Alcañices, uno de los mayores ejemplos de la arquitectura palaciega madrileña del siglo XVII, con su característica torre esquinera, estuvo ubicado en el paseo del Prado con la calle de Alcalá, en el lugar que habían ocupado las casas de Luis de Haro, marqués del Carpio y ministro privado de Felipe IV tras la caída del Conde-duque de Olivares. A finales del siglo XVIII, lo adquirió la familia de los Marqueses de Alcañices, quienes iniciaron una serie de reformas para convertirlo en uno de los palacios, con permiso del real, más lustrosos de la capital. En 1866 lo heredó el famoso noble alfonsino, que también realizó importantes reformas de la mano de Francisco Cubas , marqués de Cubas.
Con motivo de las obras de prolongación de las antiguas calles del Sordo y de la Greda, el marqués vendió el antiguo palacio por tres millones de pesetas, en 1882, y se derribó, ocupando el Banco de España parte de este solar a finales del siglo XIX.