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La obra de un genio de 20 años

Olvidada durante mucho tiempo, las creaciones de Mendelssohn acabaron por recuperar la posición que a él le correspondía en este mundo musical

J. J. PONCE

Su genialidad se puso de manifiesto a muy corta edad y fue considerado por todos un prodigio musical, excepto por su padre que tardó en permitirle dedicarse a esto de la música. Con seis años, Felix Mendelssohn recibía lecciones de piano de su madre y con ocho clases de composición. Su referente era Bach y el «Clave bien temperado» la base de su aprendizaje. Con nueve años este compositor alemán nacido en el siglo XIX dio su primer concierto público (música de cámara con dúo de trompas) y con sólo diez empezó a componer. A los catorce ya disponía de su propia orquesta. La pieza coral «Paulus» —que ahora se presenta en la ciudad herculina en el marco del Festival Mozart— llegaría a los veinte.

Previamente, Mendelssohn había estrenado su ópera «Los dos sobrinos», compuesto la Primera Sinfonía y publicado su maravillosa obertura de concierto «Sueño de una noche de verano», de donde la Reina Victoria usaría la marcha nupcial para la boda de su hija. La ópera no terminaba de darle la proyección que esperaba y el fracaso de «La boda de Camacho» le hizo desistir del género. Pero el oratorio, como el que ahora nos ocupa, alcanzó una gran difusión en su época. Mendelssohn había recuperado la «Pasión según San Mateo» de Bach (1829), que no se cantaba desde la muerte del maestro (1750) y el «Israel en Egipto» de Handel, poniendo de manifiesto su interés por este tipo de composiciones.

El estreno de «Paulus» tuvo lugar en el Lower Rhine Festival (1836) al poco tiempo de la muerte de su padre y fue considerado por muchos como su obra más refinada. El libreto es obra del propio compositor en colaboración con Julius Schubring, un amigo de la infancia, y mezcla pasajes del Nuevo y Viejo Testamento así como de los Hechos de los Apóstoles, siguiendo los modelos corales e himnos de Bach.

El origen judío del compositor y su posterior reconversión han hecho ver en algunos eruditos una metáfora de la propia conversión de la familia Mendelssohn, que añadió el apellido Bartholdy para marcar la diferencia con el pasado. La obra está dividida en dos partes. Comienza con una introducción —que hace guiños a la obra bachiana— para continuar con el relato del martirio de S. Esteban, la conversión de S. Pablo y su bautismo.La segunda parte narra el apostolado de Pablo, su persecución, la resistencia de los judíos, la partida del apóstol a Éfeso y su martirio, acabando con un coro final basado en el Salmo 103. La composición la inició en 1834 y fue estrenada dos años más tarde en el Lower Rhenish Music Festival de Düsseldorf. A partir de aquí las representaciones se sucedieron, tanto en Europa como en Estados Unidos. Es una obra a la altura de El Mesías handeliano, el Oratorio de Navidad o la Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach pero, inexplicablemente, ha caído del repertorio coral y pocas veces se tiene la oportunidad de disfrutarla.

Además del coro intervienen una soprano (en este caso Letizia Scherrer), una mezzo (Anna Alás), un tenor (Rufus Müller) y un bajo (J. Antonio López). La Orquesta Sinfónica de Galicia, un baluarte en el panorama internacional en este momento, estará dirigida por el maestro Víctor Pablo Pérez —¿en la última intervención en este frágil Festival Mozart, que pende de los posicionamientos de la Administración en el futuro?— a quien acompañarán el Coro de Cámara del Palau de la Música Catalana y los Niños cantores de la OSG.

El próximo 25 el Palacio de la Ópera de La Coruña ofrece una cita que no debe perderse el aficionado a este tipo de música, que cierra la presente edición del Festival Mozart en la Comunidad gallega.

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